Una vida prestada
Siempre me gusto la sensacion de la tierra entre mis dedos, del sonido y el olor de los animales de mi granja de mentira, del viento, las gotas de lluvia y el sol que alimentaban mi siembra. Y yo alli, percibiendo esa energia, siendo testigo de esa maravillosa transformacion y crecimiento, alabando y sintiendome una sola con ese verdor y con ese cacareo. La vida no me puso en un lugar rural como era mi llamado inicial, por eso tome prestado algunos metros a mi urbe y la transforme en campo, la transforme en mi chacra personal, en mi corral, donde me levantaba con el canto siempre bienvenido de mi gallo malo y rebuscaba en la oscuridad los huevos de sus mujeres que se escondian de mi tras las bravias alas machas. Esos tibios huevos alimentaron a mi familia por muchos meses, formaron parte de pasteles de cumpleanos y de nutritivos platos que tenian sabor diferente pues sabiamos exactamente cuanto maiz comian nuestras gallinas, cuantos insectos sacaban del pasto, cuanto habian corrido per